El 23 de julio de 1823, hace 197 años, comenzó a circular en la Provincia de Buenos Aires oficialmente, y de hecho en la Argentina, la primera moneda de cobre emitida por el país durante la gestión de Martín Rodríguez como gobernador y siendo su ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, el luego primer presidente, Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia, quién tuvo a su cargo la responsabilidad de su implementación.
Había pasado casi una década, desde cuando durante la etapa en la que Gervasio Antonio de Posadas ejerciera el cargo de Director Supremo, las autoridades bonaerenses, en 1814, propiciaran la posibilidad de establecer una ceca en la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, en 1815, ya siendo director Carlos María de Alvear, comenzaron a estudiar las ventajas que pudiera tener la acuñación de monedas de cobre.
Se produjo un dictamen que aconsejaba la acuñación con el agregado de recomendar que se diera a esas monedas la designación de “argentinos”. Los firmantes del referido dictamen fueron Damián Castro, Justo Lynch y Mariano Tagle.
De todas maneras las cosas no prosperaron. Pasaron otros tres años hasta que, en 1818, ya declarada la Independencia Nacional en dos ocasiones, en el congreso artiguista de Concepción del Uruguay y luego, definitivamente en el de San Miguel de Tucumán, el entonces director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan Martín de Pueyrredón, volvió a impulsar el proyecto.
Pueyrredón retomó la iniciativa pero pidió su opinión a Miguel Lamberto de Sierra y elevó la propuesta al Congreso. El dictamen del especialista, conocido como “Memoria” implicaba la conveniencia de acuñar 19 millones de monedas de cobre de tres diferentes valores. Pero su propuesta era inviable ya que incluía su acuñación en la ceca de Potosí en circunstancias en las que aún el Alto Perú estaba ocupado por los colonialistas españoles.
Siguió transcurriendo el tiempo y las cosas se complicaban en Buenos Aires por la carencia de monedas. Los comerciantes apelaban a diferentes alternativas para resolver las carencias de cambio con el correspondiente fastidio para las partes.
Fue así que en 1821 Rivadavia logró que la Junta de Representantes le otorgara la correspondiente autorización para hacer acuñar fuera del país las monedas de cobre y así resolver las cuestiones de la circulación de dinero en la Argentina “que era insuficiente en el día”, como se señalara. En consecuencia en octubre de ese 1821 se contrató a la empresa Hullet Hermanos, de Londres, para que encare la acuñación de las proyectadas monedas hasta cubrir un total de 50.000 pesos.
En 1822 fue contratado Robert Boulton quién desde 1797 acuñaba en Birmingham monedas de cobre para el gobierno británico. Se trataba de monedas que, por sus características, no pudieran dar lugar a futuras falsificaciones. Eran de quintos y décimos de real que en el anverso llevaban el escudo nacional y en el reverso el valor correspondiente y cuya circulación se mantuvo hasta 1881.
Boulton acuñaba a vapor, técnica que había heredado de la firma Boulton y Watt de su padre y de John Watt, el escocés creador del watio que contara con el respaldo del gran economista, también escocés, Adam Smith. La firma, situada en Soho, Birmingham, sugirió que las monedas tuvieran una perfección similar a la que ella misma utilizaba para la acuñación de las monedas británicas.
Aceptaba la propuesta rápidamente las monedas fueron acuñadas y en marzo de 1823 cuatro millones de monedas de un valor de un décimo de real cada una fueron depositadas en 177 barriles y enviadas a Buenos Aires donde entraron en circulación el 23 de julio. Boulton acuñó una nueva cantidad de esa moneda pero el gobierno argentino frenó la remisión de la misma argumentando que había que “poner lentamente en circulación la nueva moneda” por lo cual recién fue enviada en diciembre de 1824. Se trató de otros cuatro millones de monedas que llegaron a la Argentina a comienzos de 1825.
Mientras, Boulton había ofrecido a las autoridades bonaerenses la instalación de una ceca en la actual CABA. Fue cuando se le solicitara un nuevo presupuesto, esta vez para monedas de oro. La propuesta implicaba al gobierno el aporte del edificio adecuado mientras él aportaría, pago mediante, la maquinaria para la acuñación.
Para ello se contrató al ingeniero hidráulico Santiago Bevans quién había desarrollado importantes tareas en su patria, Inglaterra, y que había llegado contratado por Rivadavia con fondos de la Baring Brothers. En la Argentina dirigió importantes obras comenzando en 1822 con el primer sistema de aguas porteño. También a lo largo de su residencia, entre otras obras públicas, fue el responsables de la construcción de prisiones y manicomios.
El 15 de noviembre de 1824 se dio a conocer el decreto por el cual se destinaron 80.000 pesos para la adquisición de los instrumentos de acuñación para la instalación del emprendimiento pero ese año, en realidad, comenzó a funcionar la Casa de la Moneda de la Provincia de La Rioja bajo el gobierno de Baltasar Agüero, bajo el impulso y el respaldo de su antecesor, Juan Facundo Quiroga. Casa de la Moneda que durante años acuño importantes cantidades de monedas, entre ellas de oro.