El origen del festival lo encontramos hace mil años, cuando se construyó el santuario Yuki para un dios que vivía, hasta ese momento, en el Palacio Imperial. Entonces se invitó al dios a visitar su recién construido santuario y para mostrarle el camino, se encendieron antorchas hasta llegar al santuario y de ahí el origen de la celebración de este festival anual.
El centro neurálgico del festival es el santuario Yuki o Yuki-jinja y su objetivo es escenificar la recepción de la deidad en Kurama. En el santuario encontraremos estructuras representativas del periodo Azuchi-Momoyama (s. XVI) y un cedro japonés de unos 800 años de edad. El santuario está situado en plena naturaleza y es un lugar ideal para disfrutar del cambio del color de las hojas o momiji o del florecer de los cerezos o hanami, además de que nos ofrece la preciosa ruta de senderismo entre Kibune y Kurama.
Se encienden a la vez enfrente de cada casa del pueblo unas enormes hogueras, de hasta 3 metros de alto, llamadas kagaribi. Todos los participantes llevan antorchas hechas de pino, llamadas taimatsu, algunas de ellas tan grandes que tienen que ser llevadas entre varias personas (¡pueden llegar a pesar hasta 80 kg!) aunque también las hay pequeñitas para que los niños de la casa puedan participar del festival. La cuestión es que todos tengan su taimatsu prendido y vayan desfilando por las calles del pueblo durante toda la tarde, gritando y cantando “sairei, sairyo” (con el deseo de animar el festival).
Los matsuri o festivales japoneses son uno de los rituales más importantes de la sociedad japonesa y uno de los eventos más especiales en los que los turistas que visitan Japón pueden participar.
Los festivales japoneses comparten con la gran mayoría de rituales del mundo conceptos universales como el orden cósmico y el lugar que ocupa en él el ser humano y aunque muchos surgieron del Japón rural y tienen un origen claramente agrícola, existen otros matsuri dedicados a recordar eventos históricos como grandes batallas o leyendas y mitos específicos de cada región.
En el Japón más rural, la vida dependía de la cooperación de los agricultores para hacer frente a las fuerzas de la naturaleza, y todo el pueblo unido necesitaba el apoyo y la ayuda del kami, el dios protector del santuario, para tener buenas cosechas, prosperidad, recibir protección contra los malos espíritus, etc. De ahí surgieron los primeros matsuri, como forma de adoración religiosa comunal, como manera de unir un grupo concreto de habitantes con su kami.
Actualmente, los festivales japoneses no sólo tienen como objetivo agradecer o alabar a las deidades o espíritus del santuario o templo en cuestión (aunque estos sean el centro del festival y sean tratados como los invitados de honor a la fiesta), sino que también suelen combinar rituales solemnes con celebraciones extremadamente alegres.
El Jardín Japonés de Buenos Aires, fue el escenario indicado para mostrar a los porteños esta trascendental ceremonia milenaria. Donde los asistentes tuvieron la oportunidad de escribir en tabillas de madera todo lo que quisieron dejar atrás, para luego colocarlo en un árbol de metal y posteriormente ser quemado. Ya que de esta manera, según la creencia japonesa, y tal cual lo explica Sergio Miyagi, Jefe de Prensa del Jardín Japonés: “La energía del fuego lo convierte en energía positiva, dando ánimo para emprender algo nuevo o continuar con el camino elegido“.
La ceremonia del fuego estuvo a cargo del Sr. Minoru Tajima (monje budista), con el acompañamiento de los tambores japoneses. Realmente un momento inolvidable.